Poop

La Ciudad de México me recibió con lo que pudo haber sido una tragedia: un torzón. Mi cuerpo me exigió desechar todos mis dentros, corrí por la plataforma que conecta al avión con el aeropuerto y pasé unas cuantas salas de abordar, hasta llegar a un letrero que marcaba un baño.

Esperaba un baño quemado por cigarros, rayado con plumones y rebozante de lo que yo estaba a punto de violentamente depositar en él. En su lugar, encontré un escusado en condiciones pristinas, tan agradable que me daba lástima hacer lo que estaba a punto de hacer.

Temí lo peor, pero nunca pasó. Todo fue calmado y relajado. No hubo explosiones ni manifestaciones de violencia. Tomé un poco de papel para limpiarme, pero el papel quedó limpio. Me recordó la frase de basketball: sin tocar aro.