Puñetas en Público

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martes, agosto 16, 2005

Lotería

Andaba ya en los diez u once años, no recuerdo bien, tenía un camarada cuyo padre trabajaba en la lotería nacional. Eran dueños de varios expendios de boletos.

En ese entonces, noventa y uno o noventa y dos, se empezaron a vender boletos de lotería de raspadito, ya saben, ráscale y si aparecen tres cantidades iguales, te ganas ese premio.

Aparte del raspadito, esos boletos te daban otra oportunidad de ganar si escribías tus datos en el boleto sin premio y lo depositabas en el buzón de algun expendio de lotería. Buzones que posteriormente se mandaban llenos a la ciudad de México, probablemente, donde se hacía el sorteo mayor.

Estas cajas llenas de boletos estaban regadas en un cuarto de la casa de mi amigo. Cada vez que iba a su casa me llevaba unos cuantos boletos.

Llegada la fecha del sorteo, tomaba los boletos y marcaba a los teléfonos escritos al reverso, preguntando por cada una de las personas que habían escrito sus datos. Con la voz mas secretarial posible, y me era fácil porque tenía voz muy chillona de niño, le informaba a cada una de esas personas que había resultado triunfador en el sorteo de ese día.

Primero confirmaba todos los datos que estaban escritos detras del boleto para legitimar mi llamada, despues les preguntaba que día de la semana tendrían disponible para un viaje al DF para reclamar su premio, concluía la llamada felicitándolos por su nueva fortuna económica y diciéndoles que recibirían otra llamada para afinar los detalles del viaje a la capital del país.

Después de estas llamadas me ponía muy feliz, me contagiaban la euforia de sus gritos y la alegría de ver todas sus dificultades económicas terminadas. Me hice adicto a ese sentimiento. Lo mejor era, que no había cruda.

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