Puñetas en Público

Masturbándose en público desde junio del 2004.

jueves, agosto 19, 2004

Fast Women & Slow Horses

Cuando yo estaba felizmente huevoneando en el utero de mi madre, me ponían música para que escuchara y me relajara. Tchaikovsky, Mozart, Bach y Beethoven, you get the idea.

¿Eso es vida no? Todo el día a oscuras, escuchar música y el cuerno de la abundancia entrando por mi cordón umbilical. Ni siquiera tenía que masticar.

Mi abuelo llegaba de malainfluencia y se llevaba a mi madre de la casa y junto con todos mis tíos se enfiestaban escuchando banda sinaloense.

A los 5 años, mis padres siempre me regalaban libros, tenía la "Enciclopedia del Como, Cuando, Donde y Porqué" y la "Enciclopedia de los Grandes Misterios del Mundo" que leía -bueno, segun yo leía- una y otra vez sin cansar. Esto ocasionó que no me aceptaran en el kinder otro año y tuve que entrar a la primaria de 5 años.

Por el otro lado, mi abuelo venía por mi algunos días de la semana y me enseñó todo lo relacionado con juegos de azar: el poker y el blackjack no eran un misterio para mi a los 6 años, así también la baraja española, de la cual tengo que confesar olvidé todo.

Mi abuelo también empezó a llevarme todos los domingos -cuando era temporada- a las carreras parejeras aquí en Hermosillo. Siempre que llegábamos, primero saludábamos a toda su banda, después me compraba algo de comer y nos sentábamos en las gradas. Siempre me daba 20 pesos (era muchísimo en el '87, muchísimo más para un niño de 6 años) para que los apostara.

La mecánica era buscar a alguien que también apostara pocas cantidades, casi siempre otros niños (aunque no tan niños como yo) y en algunas ocasiones: una niña.

Ella siempre estaba con su familia y yo siempre la buscaba para apostarle. Tengo que confesar que tenía otras intenciones hacia esa señorita, solo que a mis inocentes seis años ni yo sabía cuales eran esas intenciones. Mi abuelo me dejaba caminar solo buscando con quien apostar y después de la primera vez que la encontré, cada vez que regresaba al hipódromo, yo la volvía a buscar.

Yo tenía mis caballos favoritos que veía todos los domingos, pero cada vez que regresaba a casa sin dinero, me preguntaba porqué había dejado que la niña apostara por mis caballos favoritos contra mi. En esas ocasiones yo nomas apostaba por el simple gusto de apostar con ella.

Creo que mi abuelo, al llevarme al hipódromo, me dió una de las lecciones mas grándes de mi vida: las mujeres nunca serán tan lentas ni los caballos tan rápidos como queremos.

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